Responsabilidad Social Corporativa. Ética o Cosmética.
Aprovechando que el día 20 de noviembre Naciones Unidas celebró el Día Universal del Niño, y atendiendo a la sensibilidad que surge sobre estos temas, en fechas que se avecinan me he animado a hacer mi primera reflexión en la red sobre la Responsabilidad Social Corporativa.
En 1999 el pacto Económico Mundial de Davos ya propuso que las empresas apoyen y practiquen un conjunto de valores fundamentales en materia de Derechos humanos: Normas Laborales, Medio Ambiente y Lucha contra la Corrupción. De ese pacto ha ido creciendo el número de empresas que disponen de un código ético, tratando de aplicar en un determinado contexto, los principios generales de moralidad, como el respeto, la responsabilidad o la equidad; todo ello traducido a unas buenas prácticas que hace que la empresa sea mejor en todos sus aspectos.
El código ético es un conjunto de normas que invocan a la responsabilidad que tienen las empresas frente a la sociedad, clientes, empleados, etc., un concepto con arreglo al cual, las empresas deciden voluntariamente contribuir al logro de una sociedad mejor y un medio ambiente más limpio.
Hasta ahí teóricamente, todo es perfecto; el debate, por tanto, se centra en cuál debe de ser el verdadero grado de implicación de la empresa con sus propios accionistas, sus trabajadores, sus clientes, sus proveedores y con la Comunidad en donde actúa; es decir, el «famoso» código ético no es ley, pero tampoco debería ser una declaración retórica de buenas intenciones. Una empresa debe obtener beneficios, sin duda, -es su razón de ser- pero no la única, también ha de saber proteger a sus grupos de interés, así como el medio ambiente. La conducta ética no debe depender del resultado económico, ni ser una declaración de propósitos, sino una traducción en la práctica; por lo que sugerir que hacer el bien, deba estar justificado por su recompensa económica, es amoral y sobra decir, que perjudica enormemente el prestigio de una organización.
La reputación de la empresa es uno de bienes corporativos más importantes, pero el activo más valioso, sin duda, no es el dinero, ni las acciones, ni los edificios, sino la confianza. Si la relación entre el rendimiento financiero y beneficio social en una empresa está descompensado o la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace no es real, el riesgo de pérdida de confianza de la sociedad, tarde o temprano terminará llegando.
Dar o darse
El cumplimiento -no cumplo y miento- de conceptos como el desarrollo sostenible, las mejoras continuas de seguridad y salud en el trabajo, la conciliación de la vida laboral o la protección del medio ambiente, sólo es creíble cuando se llevan políticas de compromiso reales y llegan a implementarse, no digamos ya rendir cuentas como ocurre en países como Dinamarca.
La hipocresía actual de subirse al carro de una moda pasajera que es rentable –sólo tenemos que observar algunos políticos- no es más que pura cosmética, no puede ser una oportunidad para destacar como empresa innovadora y al mismo tiempo contribuir a que África sea un estercolero de reciclaje. Tampoco es lo mismo, «dar que darse», es decir; destinar un porcentaje a causas sociales por compromiso o comprometerse realmente con estas causas.
En definitiva, recuerdo un buen profesor de Sociología: César Manzanos Bilbao que en ocasiones hablaba en sus clases sobre la evolución de la Sociedad, explicando como se ha pasado de la Sociedad del SER, a la sociedad del TENER hasta llegar simplemente a PARECER. ¿Nos encontramos actualmente en la Sociedad del APARECER? ¿Habrá una transformación social de valores para alcanzar una Sociedad más auténtica?
Bueno, ya veremos…dijo un ciego y nunca vio.
Beti belarriprest eta batzutan ahobizi be bai.